jueves, 13 de febrero de 2014

Nepal VI, A traves de la ventanilla, 26-29 de Abril


El estómago me da un vuelco, el fuerte descenso del avión al salir del aeropuerto de Lukla hace que se te ericen todos los pelos del cuerpo. Miro a través de la ventanilla y veo como nos alejamos de ese infinito mar de cimas, algunas de ellas ocultas en las nubes. Han pasado cinco días desde que ascendimos el Island Peak y todo parece quedar tan lejano que los recuerdos se mezclan en la memoria. Nuestra renuncia a la travesía circular al macizo del Ama Dablan perece que fue acertada, ya que hemos recibido noticias de que en los siguientes días había nevado fuertemente en altura; tanto que hubo aludes en varios campos bases de los grandes ochomiles cercanos. Además Ulei Steck  y Simone Moro tuvieron un altercado con unos sherpas y ese incidente había enrarecido el ambiente de todo el valle. Mientras recordaba todo ésto no era consciente de que el corto viaje tocaba a su fin y ya estábamos descendiendo camino del aeropuerto de Kathmandú, oculto bajo su perenne capa de polución. Las grandes montañas con las que había soñado tantas veces y que conseguí tocar estas semanas habían desaparecido.

El polvo en suspensión y el sofocante calor nos esperaba en Kathmandú. A pesar de que esta ciudad es un mundo diferente al occidente que conocemos, es todo un choque de civilización respecto de donde venimos. Ahora, por nuestra renuncia a las altas cumbres, tenemos un par de días para conocer esta increíble ciudad, apabullante en algunos momentos, pero apasionante en otros.

El día transcurre tranquilo, cenamos en el Everest Stick Hause y tomamos una copa con unas amigas polacas en el Pub Tom and Jerry. De repente, mientras escuchamos música irlandesa en directo en un bar irlandés en Katmandú (curiosidades de la vida), me doy cuenta de que por primera vez tengo la sensación de estar de vacaciones. Descansando y relajándome. Sin pensar en lo que tengo que hacer al día siguiente, ni que tengo que filtrar agua, ni ver si se acercan nubes amenazantes por el fondo el valle. Mis únicas preocupaciones en ese momento son terminarme la Guinness antes de que se caliente e intentar entender el inglés del chiste que mi nueva amiga me cuenta.

Amanece en Kathmandú. Siento el cuerpo abotargado, no solo por la soportable resaca,  sino por una noche apenas sin dormir, dado que la humedad y el calor te hacen sudar a mares cada noche. Joao hoy nos abandonará, ya que marcha a reconocer otros valles de Nepal, en pos de futuras expediciones. A partir de mediodía andaremos solos por Katmandú, dedicando la jornada a ver Boudhanath, una de las mayores estupas de todo Nepal. Es uno de esos sitios que impresiona nada más verlo. Está encerrado en una plaza de casas, a la que se accede por unos pasadizos. El tamaño de la estupa es lo que más impacta, las líneas de banderolas de oración se proyectan  hacia la cima de la estupa mecidas por el viento, esparciendo sus oraciones por toda la ciudad. El sitio te acerca a la cultura budista y, desde luego, no te deja indiferente. Pero sin duda lo mejor llegaría a la tarde.

Aquel día comimos en un restaurante nepalí para nepalíes, donde nada de la carta superaba el euro de precio. Es una opción recomendable, pero arriesgada; sobre todo al comienzo de tu viaje, dado que en estos sitios los virus intestinales campan a sus anchas. Indudablemente es una manera perfecta de conocer la "picante" cocina local, por un módico precio y alejado de los occidentalismos que hay en el barrio de Thamel.

Por la tarde, en vista de que la visita a Boudhanath nos había sabido a poco, decidimos completar nuestra visión del crisol de culturas de Kathmandú visitando el templo Pashupatinath, uno de los más importantes templos hinduistas del mundo. Aquí viví uno de los momentos más especiales de mi estancia en Nepal y que sin duda será difícil de olvidar. Andando a solas, como siempre suelo hacer en este tipo de lugares, oí una llamada desde dentro de unos de los templetes que salpican toda esta colina. Dentro me esperaba un ambiente cargado. Tumbado en el suelo había un shadu. En una mezcla de inglés y un idioma que no entendía me ofreció sentarme y fumar un  cigarro liado. El fuerte olor a algo que se quemaba en un recipiente casi me hizo toser. Tras un rato en silencio me dijo algo ininteligible y me empezó a poner una tilaka en la frente. Por lo que leí mas tarde, ésto es un acto de bendición. No sé qué vería ese hombre en mí. En resumidas cuentas, un día difícil de olvidar.

La mañana siguiente hicimos las maletas y realizamos las últimas compras por Thamel para la familia. Comimos tranquilamente en un restaurante y nos dirigimos hacia el aeropuerto. Tras casi un mes esto llegaba a su fin. Por delante teníamos 18 horas de avión y escalas hasta Madrid. Además de una vuelta en bus hasta mi punto de partida, Logroño.


Habían pasado 22 horas desde que dejé Nepal, para pisar el autobús que me traería de vuelta.  Ahora, a través de la ventanilla, veía la pequeña ciudad de Logroño que se mostraba ante mí con las últimas luces del día. Había vuelto a casa, pero una parte de mí siempre seguirá vagando por esas montañas de hielo y roca, y sin duda volveré tarde o temprano a buscarla.



Shadus o santones hindus en Pashupatinath



Galería a través de la ventanilla.


miércoles, 15 de enero de 2014

Nepal V, El Himalaya a la postre nos dará la razón, 20-25 de Abril


Las primeras luces del día entran tímidas por la minúscula ventana de mi habitación. Los primeros momentos son confusos, pero una vez despierto y totalmente consciente, me ubico. Estoy en Chukung a 4800 m. de altura, el frío me congela la nariz, la única parte de mí que queda fuera del saco. Me vuelvo hacia la cama de Pablo pero no hay nadie. Me he debido dormir. Cuando me levanto, rápido y con las prisas lógicas, me doy cuenta de dos cosas: una esperada y otra intrigante.

El cuerpo me duele. Lo cual era de esperar, dado que ayer subí un monte de más de 6000 metros, pero tampoco tengo las agujetas espectaculares que imaginaba el día anterior; más bien un entumecimiento general que, unido a la altitud, hace que mis movimientos sean lentos y dubitativos.

La otra circunstancia que me sobreviene, justo después del dolor muscular y mientras me visto, es que son las 8:00 de la mañana y eso es muy tarde, teniendo en cuenta que tenemos por delante una de las jornadas más duras de nuestra aventura himalayica. Las dudas me asaltan en estos minutos de ponerme capa tras capa de ropa. ¿Me habrán dejado aquí? Poco probable. ¿Alguien estará muy enfermo? No es lógico que no me hayan despertado para decidir si evacuarlo o qué decisión tomar al respecto. Lo único que tengo claro es que viendo la hora que es y todas mis pertenencias y las de Pablo esparcidas fuera de las mochilas, hoy no hacemos el collado de Amphu Labtsa. Ésto es debido alguna razón que no alcanzo a comprender, aparte de nuestro cansancio, pero eso no me parece suficiente motivo como para no haberlo ni intentado.

Salgo al salón de lodge en busca de respuestas, algo confundido y adormecido todavía. Pido un té y miro a mis compañeros esperando una explicación, porque ahí están todos tranquilamente, desayunando platos rebosantes. “¿Has mirado por la ventana?”, me pregunta Rubén. Cuando alzo la vista todo se vuelve claro, cristalino como el agua del torrente más puro: está nevando con fuerza y, a tenor de la capa que lo cubre todo, lleva haciéndolo varias horas. Joao dice que es el elemento que faltaba para que, unido a nuestro cansancio y el débil estado de salud de alguno de nosotros, nos tengamos que replantear muy en serio qué hacer. De momento, salgo fuera a ver la situación, pero eso es complicado, ya que la densa niebla no deja ver más allá de la casa de enfrente del lodge. Parece que hoy todo está difícil.

Debatimos largo y tendido esa mañana. Mientras, Pablo nos hace entrevistas sobre la ascensión de ayer y cómo nos encontramos. Pero veo el ánimo de mis compañeros y me doy cuenta de una cosa: hemos renunciado. Por mucho que barajemos posibilidades y condiciones meteorológicas, que miremos los mapas estudiando las rutas y que nos midamos la saturación intentando hacer una evaluación de nuestra salud. En la cara de todos se ve reflejado que así no podemos empezar una travesía de 4 días con collados de más de 5000 metros técnicos e inciertos y en total autonomía. Sería una temeridad. Quizá lo de barajar opciones y mirar los mapas sea más por autocompadecernos que por terminar de convencernos.

La decisión final es la lógica y la más sensata, pero también la más dura de tomar. Nos damos la vuelta. Así es imposible. El cúmulo de coincidencias hacen de esta expedición algo peligroso, incluso temerario, y esa no es una opción en este lugar. Así que alguien dice una frase que se oye en un grupo de alpinistas siempre que un objetivo no es alcanzado: “La montaña de ahí no se va a mover, ya volveremos en otra ocasión”. Esa frase es tan cierta como complicada de cumplir, tan lejos de casa.

Así que comenzamos a desandar nuestros pasos de hace un par de días, bajo la intensa nevada, con un andar extraño producido por nuestras pesadas botas de altura. Estamos todos callados y pensativos, como buscando algo en lo más profundo de nosotros que corrobore que la decisión que hemos tomado es la correcta. Barajando todos los pros y los contras una y otra vez. Rezando para que mañana no amanezca soleado y con toda la nieve derretida; sino que nieve, y fuerte, para dar más razón a la decisión más sensata, pero a la vez más indeseada, que tiene que tomar todo montañero.

El Himalaya a la postre nos dará la razón, pero eso ya es letra de otra historia.


Lorenzo J. Martínez bajo la nevada, ya de regreso a Lukla.


Galeria el Himalaya a la postre nos dará la razón.