Me encuentro en Madrid. Esta ciudad
me crea dos sensaciones totalmente opuestas. Me resulta enorme y demasiado
caótica como para controlarla y conocerla pero, al mismo tiempo, me hace sentir
que me encuentro en un sitio confortable y en el que todo sucede por alguna
razón.
El día ha comenzado como
esperábamos: organización de petates y material, con esa interminable lista de
tres folios que abrumaría a cualquiera, no tanto por la cantidad de material,
sino por el importe de sus objetos. Parece que todo va bien y ninguno nos hemos
dejado cosas importantes, más allá de unas fotos, un mechero o algún cordino;
todo ello solucionable, contando que en Madrid hay de todo (bueno y malo) y en
abundancia. Llega la hora de comer, y el arroz con verduras y la posterior
plácida siesta no hacen presagiar lo mucho que se complicará la tarde.
El plan no parece difícil: metro
hasta el centro, donde nos haremos fotos y compraremos varias cosas; metro
hasta una tienda deportiva, donde haremos unas últimas compras y metro hasta
casa prontito, para cenar y organizarlo todo. Pues aunque no lo creáis se puede
complicar, y mucho.
Ya montados en el metro Alex se da
cuenta de una cosa: nos hemos dejado la lista de la compra en casa. Bien, que
no cunda el pánico, nos acordamos de todo, ¿no?. NO, demasiadas cosas. Bueno,
en la siguiente parada cambiamos de metro y sentido y volvemos a casa a por
ella. No se puede sin pagar otro billete, pues vaya fastidio, bueno vamos a
hacer las fotos, ya que estamos, y volvemos, no hay problema.
De nuevo montados en el metro, y
esta vez con la lista, nos dirigimos a la tienda deportiva y empezamos a gastar
y gastar: barritas, geles, cordinos, pilas, saco sábana y un largo etc. Pero
una llamada nos sobresalta.
Rubén había decidido mandar las
cosas que no le dejaban subir en el AVE (piolet, crampones, navaja,
hornillo...) por mensajería urgente; pero sorpresa, ha habido un fallo en la dirección
y el paquete se ha extraviado. Así que debemos ir a la sede de la empresa e
intentar conseguir el paquete a toda costa. Llamada tras llamada nos informamos
de donde está la sede y constatamos que se encuentra en el otro extremo de
Madrid... y que cierra en una hora.
Llamamos a un taxi y le pedimos que
vaya ligero, bueno, ligero tirando a rápido en plena hora punta de Madrid.
Conseguimos llegar a tiempo, pero el dependiente no tiene ni puñetera idea de
donde si quiera esta el paquete y nos dice que está en los envíos para el lunes
y, dado que cogemos el avión el domingo, eso no son buenas noticias. Pero se
porta bien y nos dice que si le describimos el paquete por fuera puede que
exista una pequeña posibilidad de encontrarlo.
40 minutos después estamos paseando
por un polígono industrial de Vallecas, con un paquete (lo conseguimos con
bastante fortuna) lleno de material caro y, ya para redondear, empieza a
anochecer, así que somos el blanco perfecto de cualquier maleante.
Finalmente, conseguimos llegar a una
parada de metro después de 20 min de caminata y, a partir de aquí, la historia
se suaviza bastante, dado que solo nos queda una hora de metro hasta casa. Aún
así, en un metro abarrotado de gente pasan cosas sorprendentes, como
encontrarse con un amigo del instituto de Logroño al que no ves desde hace años.
Pero aún nos aguardaba una sorpresa
más por la noche. Cuando a las 11 de la noche nos disponíamos a cenar, la
ventana de cristal del horno decidió estallar y darnos el ultimo susto del día,
sin más consecuencias que muchos cristales que barrer y tener que tirar las
pizzas.
Así que, como veis, los preparativos de un viaje no solo son complicados por el hecho de lo difícil que sea el objetivo o lo lejos que esté, sino por todos los imprevistos que te pueda deparar un mal día.
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