Todo
era diferente al Katmandú que habíamos conocido los días anteriores. Apenas había
coches por las arenosas calles, no había remolinos de gente en las aceras e
incluso algún lugareño corría por los arcenes aprovechando que aun no había
flotando en el aire esa nube de polvo y CO2 de las horas diurnas.
Pese a que no había amanecido, los porteadores ya esperaban nuestra llegada en
el aeropuerto para ganarse una pocas rupias, llegando a pelearse delante de
nosotros por conseguir llevar uno de nuestros petates. Dentro de unas horas nos
esperaba lo que más respeto me daba del viaje, el vuelo a Lukla, uno de los
aeropuertos más peligrosos del mundo.
Todo
parecía ir rodado hasta que la cara de Joâo se torno sombría mientras escuchaba
al responsable de la compañía, Sita Air, la misma en la que un año antes un avión
se había estrellado al despegar de Lukla, muriendo todos sus ocupantes. Éramos
de los pocos que volábamos con ellos y encima ésto. Después de varios gritos, Joâo
se volvió hacia nosotros para traducirnos lo que le habían dicho en una mezcla
de nepalí e inglés:
-Dice
que tenemos exceso de peso, que solo 15 kg por persona y llevamos casi el
doble. Si queremos que nuestros petates vuelen hay que pagarle.
Parece
ser que para lavar su imagen Sita Air había decidido hacer controles más exhaustivos
y hemos pagado la novatada, ya que vamos cargados con cosas innecesarias, como
el agua, por la simple razón de que es unas rupias más barata en Katmandú que
en Lukla. Pero bueno, sabemos que el soborno es casi legal en estos países. Así
que pasamos por el aro y por 5000 rupias (unos 50€, una auténtica fortuna en
este país), nuestros petates vuelan.
Estamos
tumbados en el césped. Impasibles, casi abrumados por lo que nos rodea. Estamos
en Lukla esperando a que Joâo negocie con los porters locales sus sueldos por
llevar parte de nuestro equipo a Pangboche. A nuestro alrededor picos que
rondan los 5000 metros hacen las delicias de nuestros ojos. El vuelo ha ido
perfecto, salvo por unas cuantas sacudidas en plan batidora y un aterrizaje
digamos poco suave. Cuando aterrizamos una legión de sherpas nos asaltan, pero
Joâo sabe donde ir así que pronto nos dejan en paz. "More tea?", me pregunta una joven sherpa; asiento, alzando mi
taza, me siento absorto ante estas montañas. Solo en los alrededores de este pueblo
hay montes suficientes para no repetir una ascensión a lo largo de una vida.
Pablo me grita, sacándome de mis sueños alpinísticos, diciéndome que tenemos
que organizar un petate a medias, es como la quinta vez que hago mi petate en 3
días, qué pesadez.
"¿Dónde
está Alex? Necesito cosas de su petate" pregunta Rubén a todos los
presentes. Tras buscarlo por el lodge, viene corriendo, diciéndonos que ha encontrado
unos niños sherpas muy majos, que si queremos ir. Son tres niños de una casa
cercana que juegan en las inmediaciones del aeropuerto, ajenos al ir y venir de
aviones y helicópteros. Jugamos y nos sacamos fotos con ellos durante un rato,
antes de que Joâo nos llame para ponernos en marcha. Tenemos 3 horas hasta
Phakding y vamos con retraso.
Empezamos
a andar tranquilos, pero todo nos sorprende a cada paso: casas, cultivos,
primer puente tibetano, porteadores, caravanas de animales y un largo etc. La
primera caminata no se hace larga, más bien se pasa volada; nos deja a todos un
sabor de boca de querer más, de seguir andando hasta alguna de esas aparentes cercanas
montañas. Han sido 3 horas de cómodo descenso desde Lukla y nuestra primera
noche la pasaremos en un gran lodge. El resto la tarde la pasamos descansando y
acostumbrándonos a este valle tan increíble. ¡Estamos en el Khumbu!, ¡Estamos
en el Himalaya!, aun no me lo creo.
El
calor ya aprieta y la fuerte subida a través de un pinar lo hace más agudo todavía.
Nos acercamos a Nanche Bazar, la capital del país sherpa. Llevamos ya 3 horas
andando y la sucesión de puentes tibetanos y controles militares nos ha llevado
hasta este pequeño saliente de la ladera. "¡Eso parece el macizo del
Everest!", grita Pablo. Tenemos tantas ganas de verlo, aunque sea en la lejanía,
que vemos su sombra en cualquier montaña. Joâo nos saca de nuestro error y
proseguimos hasta Nanche. Nanche Bazar es un lugar increíble en un sitio mas increíble
todavía. Mezcla las tradiciones sherpas más antiguas con cibercafés, tiendas de
productos de montaña, bancos y hasta una Irish
Tabern. Sin duda en un lugar curioso. Pero lo que más fascina al caminante
es su emplazamiento: un imponente anfiteatro colgado cientos de metros sobre el
barranco. Ésto lo podemos ver en su esplendor cuando descubrimos que el lodge
Khumbu Resort, al que nos dirigimos, es el más alto del pueblo; tónica que
seguiremos todo el viaje, haciendo temblar a nuestras piernas cada vez que
queremos bajar a tomar un café al centro del pueblo de turno.
Ha
sido un día duro, de 5 horas de caminata y nos encontramos ya a 2595 metros de
altitud, y eso que solo hemos empezado a andar. Mañana tenemos un día de aclimatación
por los alrededores de Nanche; así que dedicamos el resto del tiempo a recorrer
el pueblo, jugar al ajedrez y ver nuestra saturación en sangre. Ésto es una
rutina que nos acompañará todo el viaje y que nos ayudará a ver cómo nos vamos
adaptando cada uno de nosotros a la altitud. Como dato, decir que Nanche es el último
sitio con una conexión a internet decente, así que aprovechamos para chatear
con nuestras familias.
Al día
siguiente madrugamos (cosa muy recomendable en el Himalaya) y visitamos los pueblos
cercanos de Khumjung y Khumde. En este día hay dos cosas que sobresalen sobre
el resto. Visitamos una verdadera casa sherpa, donde comemos y bebemos un té y,
por primera vez en nuestras vidas, vemos el Everest. Además visitamos la
escuela de Hillary en Khumjung y su hospital en Khumde. Es increíble el cariño
y respeto que se tiene por este mito del alpinismo en el valle. Por la noche la
misma rutina de todos los días. Mencionaré de forma especial el Dal Bhat, plato
típico de Nepal, compuesto de arroz, lentejas y carne o verduras, que será
nuestra fuente de energía día tras día.
Parece
que llevamos una eternidad andando, y solo llevamos cuatro días aquí, pero
pasan muchas cosas en cada etapa. Hoy vamos desde Nanche Bazar hasta Pangboche
y el camino no ha tenido desperdicio, de echo, parece difícil que en 7 horas
puedan pasar tantas cosas. Salimos todavía con la oscuridad como acompañante y
vemos amanecer sentados en una estupa con el Ama Dablan, de 6.812 metros, de
fondo (algo inolvidable). Afrontamos la subida más dura del Treking, tras una Rara
Noodle Soup en Punki Tenga. Pero sin duda la fuerte subida merece la pena, ya
que arriba está el monasterio budista de Tengboche, uno de los más importantes
de todo el valle. Ir con una celebridad como Joâo tiene ventajas y nos dejan
entrar en la zona de oración, restringida a los turistas; que es un sitio
totalmente mágico, con una imponente estatua de Buda de más cinco metros de
alto. Además, aquí nos bendijeron en nuestro objetivo y nos pusieron una Kata.
Una Kata es un pañuelo sagrado budista que te imponen a modo bendición para que
tengas suerte en tu vida. Para mí supuso algo distinto porque, pese a no ser creyente,
en ese sitio se respiraba una atmosfera diferente, de una enorme paz.
Por
último, y para rematar el día, al bajar del templo nos encontramos con José
Carlos Tamayo, conocido alpinista español, famoso sobre todo por su etapa en el
programa televisivo Al Filo de lo Imposible. Con él intercambiamos algunas anécdotas
y pronto acabamos en Pangboche en el lodge Ama Dablan View a nada menos que
4.250 metros.
La
siguiente jornada fue una de las pocas donde me he sentido mal de verdad en
este valle. El plan era sencillo, día de aclimatación hasta el campo base del
Ama Dablan y pronto de vuelta para descansar para el día siguiente. Para mí
todo se torció. Me levanté algo abotargado pero nada distinto al resto de los días.
El primer aviso lo dió mi saturación, algo más baja de lo que debiera. Nada más
empezar a andar supe que eso iba a ser duro. Un incesante dolor de cabeza empezó
a taladrarme las sienes, me encontraba débil, mis piernas no
"carburaban". Ni el imponente paisaje, ni las bromas en el campo base
(escalar boulder a 4.550 metros es algo inolvidable), ni la casi hora y media
de descanso y aclimatación que estuvimos tirados al sol, consiguió reducir mi
dolor de cabeza, que en la breve bajada se torno cercano a lo insoportable. Cuando
llegué al lodge me tome una aspirina y todo lo demás que recuerdo es dar
vueltas dentro de mi saco. La altitud me había dado el primer aviso, pero no sería
el último.
El día
amaneció diferente al resto, la meteorología en el Himalaya suele ser estable
en estas fechas, sol por la mañana y nubes que entran por el valle por la
tarde. En cambio hoy todo había amanecido algo gris, y así lo atestiguaba que
no se vieran ni el Ama Dablan, ni el Tawoche Peak (imponente montaña, la más
vertical que ví en todo el viaje). Yo parecía totalmente recuperado de mi mal
de ayer, pero ese día les había llegado al resto, sobre todo al pobre Rubén que
solo pudo seguirnos a duras penas. Hoy
tocaba una etapa dura, pero emocionante a la vez. Entraríamos en los dominios
del Everest y dormiríamos a nada menos que 4.930 metros de altitud, preparándonos
para al otro día ir a Kalapatthar, a 5.550 metros de altitud, y al campo base
del Everest.
La
mañana empezó bien, ya que cuando íbamos a irnos de Pangboche nos dimos cuenta
de que algo raro pasaba en el pueblo. La razón es que había una Puya, nada
menos que una ceremonia en honor a Buda, donde un lama local bendice a los
presentes. Así que nos fuimos de Pangboche con una bendición más y un cordel
protector en el cuello. A partir de ese momento todo se torció. Rubén se
encontraba francamente mal, Pablo empezó a dar síntomas de MAM y, por si fuera
poco, empezó a nevar, poco y no con mucha fuerza, pero a nevar. "Esperemos
que todo mejore", me decía para mis adentros.
Por
lo demás, la etapa era una preciosidad. Entrábamos en verdadero terreno alpino,
donde desaparecía la vegetación, recorríamos la morrera final del glaciar del
Khumbu y veíamos los innumerables monumentos a los fallecidos en el Everest.
Está el pétreo, que son amontonamientos espontáneos que hace la gente para
recordar a sus amigos muertos en esta montaña, y el oficial en la población de
Pheriche, que es una bonita escultura metálica, pero que a la vez te recuerda
donde estas y lo insignificante que eres entre estas montañas.
El
final del día fue raro, todos teníamos algo de malestar por la altitud y fuera nevaba
con fuerza, lo cual aplanaba aun más nuestro ánimo. Además el lodge no era
especialmente cómodo y hacía bastante frio. Creo que fue la peor tarde en el
Himalaya. Pero daba igual, una fuerte ilusión crecía dentro de mí. Mañana, si
nada lo impedía, tendría frente a frente al gigante del Himalaya, al Everest en
todo su esplendor, y desde su mejor mirador, Kalapatthar. Aquello que tantas
veces había visto en una pantalla o en un libro lo tendría al alcance de mi
mano. Sería un sueño hecho realidad.
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Atardecer en Pangboche.
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